domingo, 18 de junio de 2017

JOSUÉ. INTRODUCCIÓN. LA FIGURA DE JOSUÉ.

El libro lo presenta como continuador y como imitador de Moisés. Además de los capítulos 3-5, simétricos de la salida, se pueden señalar otras semejanzas: el envío de exploradores (Nm 13 y Jos 2), la vara en la mano de Moisés y la jabalina empuñada por Josué (Ex 17 y Jos 8), intercesión (Ex 32; Nm 14 y Jos 7,6-9), renovación de la alianza (Ex 24; 34; Dt 29-31 y Jos 24), testamento espiritual (Dt 32-33 y Jos 23).

Con todo, la distancia entre ambos es incolmable. Josué no promulga leyes en nombre de Dios, Josué tiene que cumplimentar órdenes y encargos recibidos de Moisés o contenidos en la Ley, Josué no goza de la misma intimidad con Dios.

Al contrario, la figura de Josué resulta en conjunto tan apagada como esquemática. El autor o autores se han preocupado de irlo introduciendo en el relato, como colaborador de Moisés. ya en Ex 17, en el Sinaí (Ex 32), en momentos críticos del desierto (Nm 11; 14; etc.), finalmente ha sido nombrado sucesor de Moisés (Nm 27; Dt 31). En el libro que lleva su nombre, su perfil no se destaca por encima de su tarea específica: no cobra espesor ni estatura.

Fuera del libro, llama la atención su ausencia donde esperábamos encontrarlo: ni él ni sus hazañas peculiares se mencionan en los recuentos clásicos: 1 Sm 12; Sal 78; 105; 106; 136; Neh 9; tampoco figura en textos que se refieren a la ocupación de la tierra: Sal 44; 68; 80. Ben Sira, el Eclesiástico, le dedica once versos en su loa (46,1-8). Dos veces lo cita el NT: Hch 7,45 y Heb 4,8.

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