domingo, 18 de junio de 2017

JOSUÉ Y JUECES. INTRODUCCIÓN. FINALIDAD.

¿Para qué compuso el Deuteronomista su gran obra histórica? No sólo para preservar recuerdos del pasado en el momento en que la nación perecía. ¿Para glorificar al Dios que salvó o para justificar al que castigaba? ¿Para infundir esperanza o para expresar su desesperanza? El salmo 77 se pregunta: "¿Se ha agotado su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa?"; Lam 3,26-31 exhorta a la esperanza; el Sal 81 habla en forma condicional.

Pienso que el breve final de la obra (2 Re 25,27-30), por lo inesperado, es una puerta abierta a la esperanza. A lo largo de la obra hay sembrados otros gérmenes de esperanza. Ligados a la conversión del hombre: 1 Sm 7,3; 1 Re 8,33.47.50; 2 Re 17,13; 23,25. Ligados a las promesas o a la compasión de Dios; 2 Sm 7,14; 1 Re 11,31-34; 15,4; 2 Re 8,19; 13,23; 14,26. Añadamos que cuando se da la última mano a la obra, ya había invitado Jeremías a la esperanza (Jr 29; 31).

Los textos citados permiten hacer balance. Las promesas patriarcales eran incondicionales; garantizaban la supervivencia del pueblo. La alianza sinaítica estaba condicionada a la lealtad del pueblo: justificaba el castigo y ofrecía perdón a quien se convirtiera. La promesa dinástica es incodicional: garantiza la continuidad de la descendencia y tomará una dirección inesperada.

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